El síndrome de Solomon

Muchos de nosotros hemos escuchado alguna vez el cuento infantil El traje nuevo del emperador, esta fábula, escrita por Hans Christian Andersen también es conocida por el título de El rey desnudo.

En ella, el protagonista es un rey muy preocupado por su imagen que, un buen día, es estafado por unos pícaros que haciendo gala de una gran astucia, hacen llegar hasta sus oídos el rumor de la existencia de un sastre capaz de fabricar prendas con la tela más suave y hermosa que se hubiera visto, pero añadiendo que, dichas prendas, no eran visibles para las personas estúpidas o incapaces para su cargo.

El rey, en un primer momento, envía a dos de sus súbditos a realizar las comprobaciones sobre la belleza de dichas telas y, de regreso, sus emisarios, a pesar de haber sido completamente incapaces de ver ningún tejido, llenos de temor a resultar unos estúpidos, le comentan las maravillas de las prendas que “supuestamente” han tenido frente a los ojos. El rey entonces hace llamar al sastre y, aquellos estafadores, acuden a su presencia habiendo solicitado por adelantado los ricos materiales (joyas, sedas, hilos de oro, etc…) para fabricar el traje. Acuden pues, al palacio con el “traje invisible” (en realidad inexistente) para que el rey pueda probárselo antes del desfile que hará por las calles para lucirlo, pero evidentemente, el rey tampoco puede verlo y llevado por el temor a parecer un idiota frente a sus lacayos, disimula y alaba las virtudes del mismo.

Comienza el desfile y los presentes al principio guardan silencio. El rey se pasea desnudo en su carroza y la gente, también preocupada por el hecho de no parecer incapaz frente a los ojos de sus vecinos, no se atreven a decir la verdad de lo que están observando. Solamente un niño, al ver pasar al rey, exclama: -¡Está desnudo!. Momento en el que, la multitud, de a poco, comienza a reír y a gritar lo que estaban viendo en realidad desde el principio. A todo esto, a pesar de la vergüenza que le provoca el griterío de la muchedumbre, el rey, (todavía temeroso ante la posibilidad de parecer idiota) termina su paseo con la cabeza erguida.

EL SÍNDROME DE SOLOMON

Cuando la auto-confianza está en juego

De esta historia se pueden extraer muchas moralejas, pero sin duda, la idea central es la importancia de la mirada ajena y la tendencia que existe en muchas personas a no mostrar su pensamiento tal cuál es, por miedo a parecer un estúpido o a ser la nota discordante. Por otro lado, el niño, representa la autenticidad, la ausencia de miedo a esa crítica, la reafirmación de sí mismo frente a todo, inclusive, cuando todo parece indicar que pudiera ser el único que se equivoca.

Tenemos miedo a destacar. En mayor o menor medida, la mayoría de nosotros nos medimos a través de la mirada de los demás y, entre nuestros mayores miedos, se encuentra el miedo a la condena social, llegando incluso, a ser capaces de mentir o negar la realidad adrede con tal de no distinguirnos dentro de un grupo.

El poder de la conformidad en los grupos

El relato de Christian Andersen no está tan alejado de la línea de estudio que siguió el psicólogo polaco-estadounidense Solomon Asch que, en uno de sus más famosos experimentos,  mostró a un grupo de estudiantes una línea vertical seguida de tres líneas de diferentes longitudes, siendo una de ellas de la  misma longitud que la primera y pidiéndoles que identificaran cuál era esa línea de igual tamaño. Asch había hablado previamente con los estudiantes pidiéndoles que hicieran de cómplices del experimento y dieran respuestas incorrectas en los tests a fin de determinar si sus respuestas influían en las respuestas del otro estudiante, el único que actuaba como foco del experimento o sujeto crítico que fue puesto en la posición de tener que responder tras haber escuchado la mayoría de las respuestas de los demás. Durante el experimento se realizaron 18 comparaciones de tarjetas y los cómplices recibieron la indicación de dar una respuesta incorrecta en 12 de ellas.

En las primeras ocasiones los cómplices dieron la respuesta correcta, al igual que el sujeto crítico. Sin embargo, cuando los cómplices comenzaron a dar respuestas incorrectas de forma intencional, el sujeto crítico comienza a dudar y termina por responder incorrectamente aún dentro del desconcierto. A partir de la tercera prueba, los cómplices indican intencionalmente una respuesta incorrecta.

Los resultados de este experimento que se repitió con 123 alumnos concluyeron que, el sujeto crítico, respondía incorrectamente más de un tercio de las veces, aun sabiendo que la respuesta que daba era incorrecta, únicamente por miedo a estar equivocándose y hacer el ridículo o a ser el elemento divergente del grupo y que, únicamente un 25% de los participantes, se mantuvo firme con su criterio en todas las ocasiones que fueron preguntados.

Las comparaciones son odiosas… (pero las hacemos)

Tras realizar las entrevistas a los estudiantes que habían participado en el experimento, Asch concluyó en su estudio que los participantes se ajustaban a las opiniones del grupo por tres razones diferentes:

  • Distorsión de la percepción debido al estrés de la presión de grupo: Una pequeña muestra de estos estudiantes confesaron creer que la respuesta dada por los cómplices era verdaderamente la correcta. Asch concluyó que el estrés de la presión de los compañeros distorsionaba su percepción.

  • Perversión del juicio: Este fue el resultado más común, los participantes como sujeto crítico asumieron que sus respuestas individuales eran incorrectas después de ver que el resto del grupo respondía de manera diferente, por lo que cambiaron su respuesta para alinearla con el grupo.

  • Distorsión de acción: Algunos de los estudiantes que funcionaron como sujeto crítico, no dudaron en ningún momento de que el grupo estaba equivocado, pero por miedo a ser percibidos como diferentes, reprimieron sus opiniones y mintieron deliberadamente cuando les tocaba dar una respuesta.

Y, de la comparación a la envidia, hay un paso

Si bien la realidad dista bastante de los cuentos para niños o los experimentos realizados en un entorno controlado, en nuestro día a día, podemos comprobar que, hacer comparaciones, es algo muy habitual, incluso cuando las mismas se quedan en un simple pensamiento interno.

Este síndrome de Solomon por el que sentimos miedo a alejarnos de lo mayoritario, nace de las inseguridades personales y de la autocrítica. Por lo general, damos un valor muy grande a la mirada de los otros, midiéndonos en base a lo que creemos que se espera de nosotros, aunque muchas veces eso no coincida con aquello que nosotros deseamos o somos.

Es cierto que, la identificación con el grupo, forma parte de nuestro innato instinto social, pero cuando esas inseguridades nos traspasan, nos anulan y nos impiden crecer y orientar nuestros pasos hacia lo que verdaderamente somos por miedo a llamar la atención, a destacar o, inclusive, a triunfar, estamos saboteando nuestra propia felicidad.

De forma prácticamente inconsciente, vivimos continuamente comparándonos con los demás y, en muchos casos evitando sobresalir, tapando nuestras virtudes y minimizando nuestros logros, movidos por profundas inseguridades, falta de autoestima y una dura auto-crítica.

Estamos mucho más condicionados de lo que podemos llegar a pensar en un primer momento y, en gran medida, esas inseguridades, también se relacionan con el juicio que nosotros mismos hacemos de los otros.

Vivimos en una sociedad en la que, tristemente, las comparaciones tienen su origen en una emoción humana muy común, aunque siga pareciendo tabú: la envidia.

Los logros y las virtudes de los demás, provocan la comparación y aparece ese sentimiento de tristeza por el anhelo de lo que “el otro” posee y nosotros no. Y, en lugar de transformar esa comparación en admiración o inspiración, se suele ceder paso a la falta de autoestima, dejando que la persona con la que nos comparamos nos sirva de espejo, pero únicamente para señalarnos nuestros vacíos e inseguridades.

Condenamos el éxito, porque somos incapaces de hacer frente a nuestro propio crecimiento.

En este sentido, solo las personas con una gran certeza en sí mismas y una base de desarrollo personal, son capaces de salirse del camino marcado. De enfocarse en sus fortalezas y dejar de sentir temor a sobresalir o a ser la mejor expresión de sí mismos.

Liberándose de las comparaciones y los juicios

Cuando comenzamos a comprender que, muchas de nuestras inseguridades, provienen de las posibles opiniones y críticas de los demás (generalmente movidas por sus propias carencias, sentimiento de inferioridad y por la envidia) estamos dando un primer paso hacia la libertad de poder ser aquello que realmente somos.

Evidentemente, para dar este paso, debemos ahondar mejor en aquello que somos y en todo aquello que podríamos ser si los miedos no nos frenaran.

Por este motivo, una herramienta como el Eneagrama, que nos ayuda a ahondar en los rasgos de nuestra personalidad, puede resultarnos sumamente útil en nuestro desarrollo personal.

Conocernos a nosotros mismos es la base para ser más conscientes de nuestras fortalezas y debilidades para poder trabajar sobre ellas y también nos posibilita poder conocer mejor a los demás adquiriendo una perspectiva diferente en la que, comenzar a tomar responsabilidad y a cambiar la autocrítica y la envidia, por el aprendizaje, por la puesta en práctica de los medios para conseguir nuestros objetivos, cambiando el foco de nuestra atención y centrándolo en aquello que nos impulsa  y nos lleva a crecer.

El sistema de tipificación que nos ofrece el Eneagrama es un verdadero mapa para el auto-conocimiento y el desarrollo personal, una hoja de ruta que puede ofrecernos las claves para salir de  los temores que nos paralizan a fin de poner el foco en nuestros objetivos.

En AutoGnosis, escuela acreditada de Eneagrama por la IEA (International Enneagram Association) y dirigida por el psicólogo Alberto Peña Chavarino, podrás encontrar cursos 100% online con los que profundizar tanto en Eneagrama como en otras herramientas de desarrollo personal (Coaching, morfopsicología, estoicismo, etc.)

Si quieres ampliar esta información puedes hacerlo a través de su Web o de su canal de YouTube.

En definitivas cuentas, crecer como persona, significa reafirmar aquello que es auténtico en nosotros: desarrollar nuestras virtudes y talentos sin temor al juicio de los demás, sin miedo a destacar y, por supuesto, siendo capaces de valorar también en los demás sus propios logros.

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