Un día en la vida de un caracol

Por Benoît Corman – morfopsicólogo

Te voy a contar la historia de un caracol. Te preguntarás, lógicamente: ¿Qué tiene que ver esto con la Morfopsicología? ¿Qué relación puede haber entre este animal y la lectura de rostros?

Por sorprendente que parezca, la vida de un caracol puede ilustrar los principales movimientos vitales que la Morfopsicología contempla para entender las fuerzas que moldean un rostro. ¿Listo/a?

Veamos qué le ocurre a este simpático molusco cuando no come las lechugas de nuestro huerto. Después de una noche de descanso, el caracol se despierta. Ha comido bien en los días anteriores. Está eufórico, satisfecho de sí mismo y del mundo entero. No siente ningún deseo de hacer nada. Se queda tranquilo durante un momento, todavía medio dormido, sin defensa y ablandado. No tiene ganas de moverse. Es como un bebé bien redondito con los receptores abiertos al mundo, en espera de que se le dé algo para que pueda crecer. Morfopsicologicámente hablando, es un dilatado átono.

Al cabo de un rato, tras despertar del todo, sus músculos están más firmes. Todavía no desea hacer nada, ya que no tiene ninguna necesidad. Nuestro caracol sigue sintiéndose eufórico, pero ahora está dispuesto a actuar si hace falta. Se ha convertido en un dilatado tónico.

Más tarde empieza a tener hambre. Su sensibilidad está lo suficientemente despierta para darse cuenta de que, si no ocurre nada, va a sufrir. Ya no está en el estado de dilatación perfecta y aparece un primer movimiento de retracción. Nuestro caracol estira su cuerpo, saca sus cuernos y empieza a moverse en dirección al aroma que desprende la buena comida. Tal forma de avance le pone en marcha hacia la conquista de alimentos que le serán favorables; esto, en morfopsicología se llama proyección.

Es la fuerza que, típicamente, experimenta el adolescente y que le propulsa fuera del nido familiar en la búsqueda de nuevos alimentos instintivos, afectivos e intelectuales. Esta fuerza hará que nuestro caracol pueda vencer obstáculos, escalarlos o evitarlos. Puede que encuentre rápidamente comida y, en ese escenario, después de comer hasta la saciedad, dormirá de nuevo bien protegido en el fondo de su concha: habrá vuelto al estado de dilatado átono. Este ciclo puede repetirse muchas veces.

Pero hoy en su conquista de comida, nuestro caracol se encuentra con un niño juguetón que empieza a tocarle los cuernos con la punta de los dedos.

Nuestro caracol se ve obligado a replegar los cuernos en su cabeza. Y como el niño insiste, introduce todo el cuerpo en la concha, a la espera de un momento favorable para seguir adelante. No sufre todavía, pero su actitud corresponde a un despertar más profundo de su sensibilidad que le avisa de un posible peligro. Como tiene que entrar en su concha, ese movimiento se llama contención. Se trata del instinto de conservación, de proteger sus fuerzas y su vida. Esa necesidad de protegerse empuja a cualquier ser vivo a replegarse, ir hacia dentro para gestionar una dificultad; en otras palabras, se distancia de su entorno. En el ser humano, este movimiento corresponde a la edad adulta, en la cual tomamos decisiones con base en la consciencia de peligros exteriores.

Por lo general, los obstáculos desaparecen para nuestro caracol y puede seguir su camino (movimiento de proyección), encontrar comida, absorberla, (dilatación tónica), dormirse (dilatación atona), en un el ciclo feliz que sigue y sigue.

Pero hoy, el obstáculo es mayor: el niño juguetón acaba de decidir que quiere adoptar a nuestro caracol y lo encierra en una caja. El problema es que olvida alimentarlo. Nuestro caracol entra en el fondo de su concha (movimiento de contención), esperando que las cosas mejoren.

Mas esta situación desfavorable se prolonga, ya que nuestro niño está muy ocupado: es su cumpleaños y ha recibido juguetes nuevos. Entonces, el protagonista de esta historia empieza a producir una baba que se endurece en una capa fina, casi impermeable, que tapa la entrada de la concha y evita una deshidratación rápida. Suele usar esta técnica cuando hay sequias, o sencillamente para esperar la próxima lluvia y salir de nuevo a por comida.

La situación desfavorable se extiende en el tiempo y el caracol se deshidrata de forma grave. Enfrentado a un entorno hostil, experimenta la retracción desecante que ha disminuido su vitalidad y lo ha encogido sobre sí mismo, para concentrar sus últimas fuerzas, usarlas de manera eficiente y prolongar su vida.

En los seres humanos, ese movimiento de retracción se observa, por lo general, en la vejez o periodos de adversidad; se trata de un repliegue sobre sí mismo para administrar fuerzas, conlleva más soledad y concentración en el mundo interior.

¡Por fin, el niño recordó dar de comer a nuestro caracol! Ahora el pequeño molusco puede recuperarse poco o poco y volver a dilatarse.

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